Y esperé. Esperé durante horas en aquella fría estación. Sintiendo como la humedad, la tristeza y la nostalgia me calaban hasta los huesos. Miraba los trenes pasar. Y a la gente. Transeúntes en aquello a lo que llamamos vida. Y entre ellos buscaba tu rostro tan conocido.
Pasaban los trenes y las horas, y también mis ganas de verte. Y cada vez sentía más frío, y más inseguridad. Cada vez dudaba más que regresaras. Y cada vez veía más claras las mentiras. Como si fueran luces de neón anunciando la traición y el engaño.
La gente me miraba con lástima y me sonreían como si quisieran darme ánimos. ¿Ánimos para que? ¿Para seguir esperando o para coger mis cosas y no volver a esperarte nunca más?
No supe adivinarlo. O igual no quería.
Sonó el pitido. Llegaba el último tren y se cerraría la estación. Mi corazón ansioso miraba por las ventanas pasando a gran velocidad, buscando algun rasgo familiar.
El tren disminuía la velocidad. Y asi mismo disminuían mis dudas y mi temor y cada vez sentía más cerca tu regreso.
El tren paró y con él mi corazón y mi respiración. La gente empezó a bajar con rapidez y entonces... me desperté.
Y por fin supe lo que tenía que hacer.
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